27.12.12

La España negra

Impresiona el aspecto de Oriol Junqueras: con él ha regresado a la escena política española un tipo humano que no se veía desde el Conde-Duque de Olivares. Esta irrupción del siglo XVII en nuestros días me reafirma en la idea de que nuestros nacionalistas son, en verdad, “lo que queda de España”; de la peor España de todas: la España ceporra, la España negra. El hecho de que la nieguen verbalmente, de que digan negarla, da igual: nadie se parece más que ellos a los personajes de nuestro sórdido pasado. Quizá su negación aparente ha sido la astucia que esa España ha encontrado para mantenerse en lo esencial.

A veces también pienso, extremando la analogía, que era a ellos, a los nacionalistas, a los que se refería Franco con lo de que todo lo dejaba “atado y bien atado”. El lector deberá resignarse a que cite una vez más a Borges, pero me he acordado a propósito del relato “Deutsches Requiem”, recogido en El Aleph. El protagonista es un nazi que ve en la derrota de Alemania, paradójicamente, un paso hacia la consecución de lo que Alemania se proponía; y escribe: “Se cierne ahora sobre el mundo una época implacable. Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos su víctima. ¿Qué importa que Inglaterra sea el martillo y nosotros el yunque? Lo importante es que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas”. De igual modo, por culpa del nacionalismo pervivieron durante nuestra Transición cepas reaccionarias equivalentes a las franquistas. Da igual que se cambiase la bandera española por la catalana o la vasca: el repulsivo acto de “envolverse en la bandera” o de apelar a fuerzas oscurantistas a las que “no pararán ni tribunales ni constituciones” se ha seguido practicando. Esa frase, ya tristemente célebre, la dijo Artur Mas, y tiene el dudoso honor de ser lo más fascista que se ha dicho en Europa en 2012.

España, evidentemente, no es ejemplo de democratización ni de nada, y menos en nuestras desesperantes circunstancias actuales. El anhelo nacionalista de “salirse de España” es, de hecho, un anhelo acertado: en efecto, esa sería la solución. Lástima que sea imposible: especialmente para ellos, que son hoy quienes mejor representan lo peor.

[Publicado en Zoom News]

25.12.12

¿Habrá sido el salchichón?

Los de Campofrío no han andado finos con su promoción de España, adosándola a sus chorizos y salchichones. Hubiera sido más propio el chopped, que tiene que ver con lo indefinido de nuestra situación; o quizá la mortadela con aceitunas, tan mediterránea. Tratar de animar a los españoles hablándoles de chorizos es como mentar la soga en casa del ahorcado. Pero es más fúnebre lo de los salchichones. Los coleccionistas de últimas frases de personajes célebres sin duda recordarán la del poeta Paul Claudel: “Doctor, ¿usted cree que habrá sido el salchichón?”. Con esto en la mente, el anuncio tiene un inquietante tufo a defunción, reforzado por el aspecto de enterrador de Fofito.



La semana pasada se publicaron espléndidas disecciones del anuncio, como la de Rafael Latorre aquí en Zoom News, o la de Iñigo Sáenz de Ugarte en eldiario.es. Concuerdo con ambas, aunque sobre la segunda habría que hacer algunas puntualizaciones. Me limitaré a una: Sáenz de Ugarte incluye a Zapatero entre los objetos de su crítica... pero solo al Zapatero “postmayo 2010”. Esto no tendría por qué afectar necesariamente a la coherencia de su, como digo, en general acertado artículo: salvo porque el Zapatero “premayo 2010”, al que deja fuera, se sirvió de aquel delictivo vídeo electoral de 2008, “Defender la alegría”, del que este de Campofrío parece el reverso, o mejor, la consecuencia. A la depresión conduce, entre otras cosas, el optimismo insensato que no hace caso de la realidad hasta que la realidad se viene encima.



Los dos vídeos constituyen un díptico que resume nuestra historia reciente. Ambos incurren en el mismo error: lo remiten todo al estado de ánimo. Aunque hay que reconocer que el de Campofrío vende un mejor producto: no España, ciertamente (que vende fatal), sino embutidos. El del PSOE solo vendía a ZP.

[Publicado en Zoom News]

24.12.12

La lección

No sé cómo calificar la experiencia. Solo sé eso: que ha sido una experiencia. Después de haber pasado diez días en Madrid, felices y flotantes, pese a las conversaciones sobre la crisis, pese a las historias de desesperación, marqué el número de un amigo para dar una vuelta por Málaga. Un amigo al que a veces rehúyo. Lo llamaré J.

Debería esbozar un retrato de J., para ponerle algo de carne a lo que voy a contar. En su día lo definí como “troglodita urbano”: alguien que ha saltado de la Edad de Piedra a la Edad de Plástico sin pasar por la civilización. Un personaje estrafalario, divertido pero también cargante; de esos que definen con su presencia el encuentro, de un modo irremisible. Nos hemos reído mucho con él, pero también de él. Y en ocasiones, siendo su presencia tan determinante, tan abrasiva incluso, lo hemos evitado. Desde hace un tiempo, sin embargo, cuando otros amigos que yo prefería se han destapado como basurillas, vengo teniendo por J. una consideración más sentimental. No por ello deja de excederme; pero hay un núcleo que he detectado, y que me emociona: todos los defectos de J. son a pesar de J. Uno lo ve y, ciertamente, aparece cargado de defectos. Pero él casi no es responsable de ninguno. Está en lucha y en tensión, intentando conocerse sin lograrlo; sus defectos son una consecuencia de ello, y también de la impericia, y de ciertas dificultades a la hora de percibir las situaciones. Me quedé impresionado el día que caí en que, en todos los años que hace que lo conozco, nunca le he visto hacer el mal. Ha causado problemas y protagonizado estropicios, pero ni una sola mezquindad, ni una sola canallada. Hemos tendido a considerarnos mejores que él, pero somos peores. La tragedia es que, pese a ello, no solemos estar dispuestos a afrontar su compañía. (Es una situación trágica, limpiamente trágica; y el discurso se me va al plural porque hay derivaciones hacia el coro).

Últimamente J., que siempre había tenido algo mesiánico, se dedicaba a hacer prédicas que solo podrían calificarse de humorístico-políticas. Estuvo implicado, entre otras cosas, en el movimiento del 15-M malagueño; aunque a su estilo inasimilable: a los propios del 15-M les sobrepasaba. Sus prédicas lo hacían más pesado; aunque, como digo, estaban atravesadas de humor; y a estas alturas de la vida se había convertido en un individuo en verdad entrañable. J. llevaba unas semanas con ganas de quedar conmigo, pero yo, como de costumbre, lo estuve eludiendo. A mi regreso de Madrid me sentí con energía y le llamé. Por el teléfono no sonó su voz, sino un sonido gutural, algo así como los gruñidos de un simio o un homúnculo. Tras un forcejeo fónico (en que pasé de la incomodidad al horror, a la sensación de que era una broma, o de que era incluso un hermano grimoso que tiene, para volver otra vez al horror), entendí lo que me estaba diciendo, que lo transcribo en prosa legible, pese a que los fonemas salían, como digo, guturalmente, encriptados en los gruñidos: "He tenido un accidente... Pero puedo quedar". “¿Un accidente de coche?", le pregunté. "No". “¿Una caída?”. “No”. “¿Pero qué tienes?”. “Las mandíbulas... rotas”. “¿Estás desfigurado?". "No".

Lo vi en media hora y, en efecto, no estaba desfigurado. Su aspecto era el de siempre, solo que con el rostro crispado, sobre todo en la parte inferior. Una mezcla de resignación y pesar; aunque su mirada era inesperadamente suave, casi dulce. No podía abrir la boca. Si separaba los labios se le veían, paralelas a los colmillos, unas cerdas como las de los violines, aunque más finas: eran las ataduras de sus mandíbulas. Esto era lo único nuevo en él, junto al mencionado rictus, la imposibilidad de pronunciar palabras y el incremento de su gestualidad (tanto manual como facial) a la hora de intentar expresarse. Venía de pasar una semana en el hospital, tras la operación. Era el primer paseo que daba. La historia es la siguiente: hace una semana un individuo pensó que J., en una de sus expansiones, estaba intentando ligarse a su chicaz; el individuo, en un arrebato entre psiquiátrico y latino, se fue a por J. y le dio un cabezazo en su mandíbula derecha, alzó la cabeza y le dio otro cabezazo en su mandíbula izquierda. Resultado: doble fractura de mandíbula. "¿Estás mal?", le pregunté. "No". "¿Te duele?". "No... Ha estado bien... Una experiencia". "Entiendo", le dije, "te lo has tomado como una lección". "Sí". "¿Qué lección?". Volvió a emitir un sonido gutural, apoyado en una agitación de los brazos, terminante. Tras algún esfuerzo, como con todo lo anterior, lo entendí: "Que me calle la boca".

[Publicado en Jot Down]

20.12.12

El finde

Esta vez el fin del mundo sí que nos llega en el momento ideal. Los apocalipsis anteriores se presentaban como unos aguafiestas, amenazando con cerrar el local justo en lo más divertido. Con el de mañana, en cambio, nos permitimos soñar: nos trae una promesa de eutanasia compasiva. Intuimos que el fin del mundo sí que serviría contra la crisis: acabaría con ella, junto con todo. Parece un precio razonable. Metería en cintura a nuestros nacionalistas. Eliminaría la indecisión de Rajoy, y también la amenaza de que suba Gómez o regrese Chacón. Resolvería, de hecho, todos nuestros problemas. De un plumazo. A estas alturas, la única manera de que no se acabe España es que el mundo se acabe antes.

Me acuerdo de lo que dijo Borges cuando le pidieron su veredicto sobre cierta novela: “Solo podría ser mejorada mediante su destrucción”. Aquí estamos en las mismas. Que mañana se terminase todo sería una salida honrosa. En cuestión de Humanidad, además, sería como si nos tocara el Gordo: todas las generaciones esperándolo y le sale a la nuestra. (El ángel de la trompeta vendría a ser un niño de San Ildefonso). Y además nos caería en finde, y al comienzo de las vacaciones. Siempre nos han funcionado las catástrofes que se acoplan a un periodo vacacional, así la del “largo verano” de 1936. De algún modo, sería como morirse durante el sueño. Se nos presenta la inmejorable ocasión de una blanca Navidad que sea absolutamente blanca. (¡Apuesto a que el Rey firmaría esta manera un tanto truculenta de ahorrarse su discurso!).

La verdad es que todo son ventajas. No tendríamos que soportar el nuevo disco de Álex Ubago, ni el victimismo de Mourinho (¡tan del Barça!), ni la enésima caída de la silla (¡iba a decir del caballo!) de Enrique Bunbury, ni los próximos titulares sectarios de Escolar o Marhuenda. Pero no conviene soñar. Con nuestra mala suerte, basta que el fin del mundo nos venga bien para que tampoco nos salga.



[Publicado en Zoom News]

18.12.12

El payaso de las bofetadas

Crisis no es oportunidad, digan lo que digan el dichoso ideograma chino y los apóstoles de la autoayuda, que han convertido esta carnicería en una especie de moraleja de Paulo Coelho. Según estos, que son los Lehman Brothers del optimismo, al final habrá final feliz. Nos venden el bono basura del esquema judeocristiano (¡hay que rescatar este término!), para el que de la purgación de la carne se seguirá un beneficio espiritual. Pero no. Crisis es desgarradura. El tinglado se resquebraja y por las grietas aparecen las tripas de la realidad. Crisis es la verdad pasando a la acción: la verdad en forma de bofetada.

Lo fastuoso es que todo está presente y a la vista. Siempre lo ha estado, incluso antes del zarandeo. Llevo tiempo fascinado con el implacable espectáculo de la realidad: cómo nada sale gratis, cómo cada cosa se paga. La realidad es un contable holandés del siglo XVI y no se le escapa ni una monedilla. La crisis lo único que hace es dramatizar y visibilizar. Te empuja a la verdad aunque no quieras. Pero uno de los factores que operan es la resistencia a la verdad: y también esa resistencia se vuelve dramática y se hace más visible en situaciones como la de nuestros días.

Todo está en el mostrador: la crisis y las causas que nos han conducido a ella; que dicen protestar pero que en realidad la reafirman. Lo que está ocurriendo con respecto al “estado del bienestar” es una prueba excelente. Muchos de los que se exhiben defendiéndolo no es que se encuentren entre los cómplices de su ruina: es que siguen manifestando la misma conducta que ha contribuido a arruinarlo. Por ejemplo, la apropiación partidista (¡eso de que el estado del bienestar es una donación del PSOE!), la poca escrupulosidad en el gasto o el fomento de la conciencia de que el estado del bienestar es algo que “nos dan” o “nos quitan”; no algo que pagamos y por lo que nos hemos de esforzar. La mentalidad que late es la de la exministra Carmen Calvo: “el dinero público no es de nadie”.

La crisis, hoy por hoy, es esa simultaneidad de la herida y de lo que la ha provocado. Solo podrá empezar a ser una oportunidad cuando nos tomemos en serio las verdades que nos arroja y dejemos de recibirlas como el payaso de las bofetadas. En el ejemplo del párrafo anterior, cuando nos demos cuenta de que el dinero público es de todos.

[Publicado en Zoom News]

13.12.12

Consenso básico

He aquí un titular optimista, aparecido ayer en la web de El Mundo durante la sesión de control al Gobierno: “Rajoy y Rubalcaba se culpan mutuamente de ‘destrozar’ el país”. Si obviamos los nombres propios (¡tenemos derecho a soñar!), nos encontramos con un consenso básico, al fin: el de que el país está destrozado, o se está destrozando. No es poca cosa. Para estos maestros en escurrir el bulto, haber llegado a un diagnóstico tan demoledor constituye una proeza.

La crisis ha crecido hasta volverse insoportable por una doble negación. Primero, la negación del Gobierno del que formaba parte Rubalcaba. No fue una simple negación pasiva: a quienes avisaban de la crisis se les acusó de antipatriotas y de cenizos. Negar la crisis era “defender la alegría”. Segundo, esa otra forma de negación que consiste en no tomarse la crisis en serio, como hicieron Rajoy y su equipo. Y no se la tomaron en serio porque, si no, no se explica que llegaran al poder sin tener ni idea ni haberse preparado adecuadamente.

De manera que el que los dos den por hecho que el país está destrozado, o destrozándose, supone un avance por el que nos debemos felicitar. Pero sin conformarnos aún. Con un empujoncito, Rajoy y Rubalcaba podrían ponerse de acuerdo en algo más. Es conocido el dicho de Schopenhauer sobre las naciones: “Cada nación se burla de las otras y todas tienen razón”. Este esquema valdría para completar el titular de El Mundo: “Rajoy y Rubalcaba se culpan mutuamente de ‘destrozar’ el país... y los dos tienen razón”. Si cada uno se la concediera al otro, no solo resultaría cortés, sino además acertado.

[Publicado en Zoom News]

11.12.12

El poder del tertuliano produce monstruos

El ministro Wert es la demostración de por qué los opinadores no debemos, bajo ningún concepto, tocar poder. Se nos va la cabeza, que es lo único que tenemos. Bueno, cabeza y boca; no necesariamente conectadas. Además, no servimos. Nuestra lucha no es la de hacer cosas, sino la de tener razón. Y en un ministro, el empeño por tener razón va contra su cometido de hacer cosas.

En este Gobierno tan mediocre de Rajoy, el ministro Wert parece ser el encargado de dar todo el espectáculo. Se muestra al tanto de su función, y sonríe autosatisfecho. Sin duda se cree brillante; pero solo es llamativo. Escribo esto horrorizado, porque yo sería igual. Los columnistas y los tertulianos vemos en Wert lo que seríamos si estuviéramos en su sitio. Wert es el monstruo que llevamos dentro. La vergüenza que sentimos por él no es ajena, sino propia. Nuestra única virtud, al cabo, es negativa: no estar ahí. Una virtud modesta pero valiosa, porque nos ahorra un aluvión de defectos.

Curiosamente, en estos tiempos de desprestigio de los políticos, el caso Wert podría leerse como una reivindicación, a contrapelo, de los mismos: los políticos que ante todo son eso, que conocen el lenguaje de su oficio y que no mezclan sabores. La profesionalización de la política es mala; pero quizá sea peor el desembarco de personajes que están en otra cosa: más que aire fresco, suelen traer entrecruzamiento de cables. El sueño del rey filósofo está desprestigiado desde Platón, y siempre que un hombre de ideas ha obtenido poder, los resultados han ido de lo risible a lo siniestro. Lo ideal sería un político con una conciencia clara de lo que hay que hacer y con la habilidad para hacerlo. Las palabras también serían en él fundamental: para debatir, para racionalizar y para convencer. No para picarse por ellas como un tertuliano.

En España el principal problema ni siquiera es la crisis: es la educación (anterior en todos los sentidos, temporal y conceptualmente). Tener a un ministro más ocupado en exhibirse que en afrontar dicho problema constituye una auténtica desgracia.

[Publicado en Zoom News]

4.12.12

Dueto de estadistas

Felipe González y Aznar compartieron en el pasado una ventaja, para la que se necesitaban mutuamente: y es la de que nunca pudieron sermonearnos los dos a la vez. Cuando uno estaba arriba, el otro estaba abajo, y viceversa; de manera que solo uno llevó en cada momento la voz cantante. Anteayer domingo, en cambio, se produjo esa inédita simultaneidad: un dueto con los dos arriba. El que lo definió bien fue Rubén Amón, en su justamente celebrado tuit: “Aznar es portada de El Mundo y Felipe González, de El País. Me han dado ganas de pagar los periódicos con pesetas”. De estos elementos, quizá el único que el españolito eche realmente de menos sea el monetario.

Los últimos tiempos han sido pródigos en elogios a González y a Aznar (al menos por parte de sus sectores), por comparación con quienes les sucedieron. La lección del domingo es que esos elogios dependen de que no se muestren demasiado. Como se les vaya la mano en la exhibición, vamos a terminar reconciliándonos con el presente. Es verdad: habida cuenta de lo que hay, tienen margen de sobra. Pero no nos olvidemos de una cosa: de lo que hay, tanto en sus respectivos partidos como en el país, les cabe a ellos su “cuota parte” (como diría González) de responsabilidad.

Una vez que ambos salieron del poder, nos hemos venido enterando de que fueron grandes estadistas. Cabe achacar a la mala suerte histórica de los españoles el no haberlo sabido cuando aún nos gobernaban. Bromas aparte, la verdad es que sí, cada uno en su estilo, daban la imagen de estadistas: se les veía pisar con presencia (en lo bueno y en lo malo) por el mundo, y de puertas para adentro parecían tener idea; algo que a estas alturas suena a milagro. Pero los efectos de un gran estadista supongo que son los que se ven a largo plazo, igual que los efectos de un buen educador. Si tenemos hoy el Estado hecho unos zorros, no será porque hayan pasado muchos “grandes estadistas” por él.

[Publicado en Zoom News]

29.11.12

Sin perdón



El vídeo en que militantes del PSOE piden perdón por los errores del zapaterismo incurre en el peor de los errores del zapaterismo: el recurso a lo sentimental. Viene a ser así, pues, una pescadilla que se muerde la cola. O el momento en que el zapaterismo (el espíritu del zapaterismo, ya sin Zapatero, pero con Chacón y Gómez en la sombra) consigue la autofelación.

A quienes deseamos que el PSOE se recupere, ese vídeo nos sume en el abatimiento, porque no supone un principio de regeneración, como pretenden sus autores, sino un paso más en la degeneración. Tiene gracia que incluyan, sin venir muy a cuento, una mención contra la Iglesia, para ganarse al público anticlerical. Yo soy anticlerical y lo que me repugna del vídeo es su profundo clericalismo de base: el tufo religioso que desprende, empezando por la palabra “perdón”. Estas exhibiciones, por lo demás, solo funcionan en el mundo protestante: allí van cargadas de densidad moral y culpa verdadera; el que pide perdón lo hace avergonzado. Aquí no son más que oropel barroco: una puesta en escena contrarreformista cuya única finalidad es vestir la apariencia.

La prueba es que a la petición de perdón de estos militantes no sigue la contrición, ni sigue el silencio. Ya que tanto se equivocaron, podrían autocuestionarse un poco y replegarse para reflexionar. Dudar de sí mismos, callarse preventivamente. Pero no. Desde el primer momento se colocan en la posición que piensan haber ganado (que se han fabricado para sí mismos) e intentan sacar ventaja de ella. Quieren rentabilizarla al instante. Se trataba, en realidad, de trazar una línea: y ponerse a salvo. No asumir la culpa, en realidad: sino salirse de ella. Para dejar solo al PP y atacarlo ya desde fuera. Como si toda la culpa fuese del PP. He aquí la verdadera función del vídeo: en contra de lo que proclaman, es una maniobra de autoexculpación.

Viene al pelo citar a Borges, quien en su poema “Cristo en la cruz” escribe, reformulando una idea de Oscar Wilde, que el perdón “puede anular el pasado”. El vídeo pretende eso: anular el pasado, eludir las responsabilidades. Lo que debe hacer el PSOE no es pedir perdón: sino asumir sus responsabilidades, y corregirse. Pero en el vídeo hay más de un atisbo de irresponsabilidad. En algunos momentos parece incluso que por lo que piden perdón no es por los errores de Zapatero, sino por su rectificación de última hora. Hablan del error de los recortes, y no del error de la política que condujo a ellos (¡la añoran en el propio vídeo!). Y piden perdón por no haber “reconocido la crisis a tiempo”. No por haber tachado de antipatriotas y de cenizos a todos los que la señalaban. Ni por seguirla negando en realidad: puesto que piensan que las medidas restrictivas son un acto de voluntad y no una consecuencia de la crisis.

El efecto, en fin, es ramplonamente publicitario. La impresión es que quieren colocarnos de nuevo la mercancía, y no se cortan al emplear técnicas de vendedores baratos, como ese irrespetuoso tuteo. En lugar de tanto pedir perdón, podrían empezar por tratar a los ciudadanos de usted.

[Publicado en Zoom News]

27.11.12

Muertos civiles

Ahora que se ha desinflado el Moisés catalanista y han remitido las aguas que intentaba separar tan chapuceramente, quiero dedicarles un momento a los muertos de estos días: esos personajes ajenos a la política a los que no hemos tenido tiempo de prestarles atención, y que yacen en las playas hoy mansas de la actualidad. Según mi recuento: Miliki, José Luis Borau, Tony Leblanc, J.R., Juan Carlos Calderón, Pablo Pérez-Mínguez, y para el lector de mi tierra también Viberti, mítico futbolista del Málaga.

Eran muertos civiles, y de repente esta cualidad me parece de lo más saludable. En contraste con el lodazal de la campaña política por la que acabamos de pasar, protagonizada en su asfixiante mayoría por sujetos bajunos, estos personajes se han muerto dejando solo una estela de payasadas, números de circo, películas, actuaciones, maldades de guión, canciones, goles y fotografías. Formaron parte del entramado de la vida, de nuestras vidas; vivieron de su trabajo y se han ido sin molestar.

Una de las desgracias de estos últimos años, en España, es el peso que ha adquirido la política; no en tanto interés por los asuntos públicos, sino como elemento sectarizante y acaparador. Nos olvidamos de que la Transición también se hizo con frivolidad, con ligereza, con tolerancia. La gran contribución política de un Almodóvar, por ejemplo, pese a lo que él se crea, no son sus adocenados posicionamientos actuales, tan de cantautor, sino la gracia con que en su juventud abrió brechas para que respiráramos. Con aquel espíritu tiene que ver, precisamente, lo que más me ha llegado estos días. Unas palabras del fotógrafo Pérez-Mínguez, recordadas a su muerte, tan ingenuas y a la vez tan limpias: “Mi padre sacaba la máquina cuando había celebraciones. Eso hacía de aquellos momentos algo especial. Entonces, pensé, si siempre tengo una cámara, siempre será maravilloso. ¡Y fue verdad!”. Lo fue.

[Publicado en Zoom News]

26.11.12

Érase una vez España

La Historia mínima de España, de Juan Pablo Fusi, que acaba de publicar Turner, no habría podido llegar en mejor momento. La crisis y la descomposición institucional en que andamos han tenido un efecto curioso: el de hacernos regresar a nuestro propio país. Durante los años de la europeización y la prosperidad parecía que nos habíamos despegado de él. A España, en efecto, no la reconocía ni la madre que la parió. Teníamos la sensación de vivir en un presente exento, libres de las fatalidades del pasado. La historia nacional parecía una historia extranjera. Se trataba, naturalmente, de una ilusión. En cuanto el globo se ha pinchado, hemos caído en el sitio que teníamos bajo los pies. Ahora volvemos a reconocernos en nuestros antepasados: la historia de España vuelve a hablar de nosotros mismos.

En esta de Fusi el reconocimiento viene potenciado por la velocidad. En dos o tres tardes –son menos de trescientas páginas– uno puede viajar desde el Homo antecessor de Atapuerca hasta Mariano Rajoy (no es broma: el libro termina con la llegada de este al poder en 2011). La concentración hace que se perciba el hilo, que no se pierda. En los últimos tiempos he leído otras dos historias rápidas, la Historia de Roma y la Historia de los griegos, ambas de Indro Montanelli. Hay un placer específico asociado al género, y es el de contemplar digamos que biográficamente una civilización: su nacimiento, su desarrollo y su muerte. Como si fuese un individuo compuesto de multitudes y milenios. El resultado es melancólico, pero en esa melancolía hay un germen de liberación, porque lo que suele imperar con semejante perspectiva no es la necesidad sino la contingencia. Son síntesis hechas no tanto del despliegue de una idea, como de la acumulación de vicisitudes. Estas, cierto, terminan conformando una suerte de personalidad (prefiero no usar la opresiva palabra identidad); aunque tan azarosa y sujeta al cambio, que hasta termina por desaparecer.

La diferencia de España, con respecto a las antiguas Grecia y Roma, es que por el momento no ha desaparecido. Su historia, por tanto, sigue en curso; y los que la leemos estamos todavía inmersos en ella, recibiéndola, padeciéndola y haciéndola. Si mantenemos la metáfora biográfica, es como si contempláramos, desde la edad presente, nuestras edades anteriores. La historia nos ofrece, pues, comprensión de nosotros mismos, y quizá posibilidad de rectificación; mas también cansancio acumulado, el peso de los acontecimientos. A propósito de las historias citadas de Montanelli, debo señalar que la Historia mínima de España se distingue porque Fusi es historiador, mientras que aquel es fundamentalmente periodista. Fusi no se regodea en las anécdotas, ni funda su estilo en la chispa, sino que sostiene un tono sobrio, de estudioso, cuya belleza reside en la contención. Su prosa es clara, explicativa, pero trazada con una elegancia que dignifica lo que cuenta. Hay también hermosura en el intento de objetividad; en el esfuerzo por ser ecuánime y ponderado.

La historia que nos ofrece Fusi es ilustrada, antidogmática, posibilista, respirable. No parte de una idea nacional preconcebida, ni esencialista, sino que va dando cuenta de lo que aparece en nuestro territorio, hasta que se conforma esto que llamamos España. La apertura conceptual en cuanto al nacimiento, se mantiene en lo concerniente al desarrollo: la relación de lo que va ocurriendo no escamotea el hecho que pudiera haber ocurrido de forma distinta. En realidad es como un cuento; no por lo que tiene de ficción, sino por lo que tiene de narración que avanza de un modo no predeterminado. Viene a ser un “érase una vez España”, elaborado con materiales de la realidad. El final del breve prólogo, en que Fusi esboza sus principios (como el de la aspiración “a analizar críticamente el pasado, a sustituir mitos, leyendas, relatos fraudulentos e interpretaciones deshonestas por conocimiento sustantivo, verdadero y útil”), dice así: “La historiografía de mi generación, nacida en torno a 1945, no tiene ya, probablemente, la elocuencia de los ‘grandes relatos’ que en su día compusieron la historia de España; pero tampoco su inverosimilitud”.

La obra está dividida en seis bloques: la formación de Hispania, la España medieval, la España imperial, el siglo XVIII y el fin del Antiguo Régimen, el periodo de 1808 a 1939 (“la debilidad del estado nacional”), y el de la dictadura a nuestra actual democracia. No voy a resumir el libro, con lo resumido que ya viene; pero sí quisiera señalar un par de aspectos que tienen que ver con la situación de hoy. En el discurso de Fusi, la transición iniciada en 1975 aparece como una fase en que España logra resolver, o atenuar, sus problemas históricos fundamentales; con un esfuerzo que es índice de la dificultad. Esa época, sin embargo, ya se ha terminado: ahora estamos en la “postransición” (que inicialmente leí, por cierto, en un lapsus, como “postración”). Habría comenzado con los atentados del 11 de marzo de 2004 y la victoria electoral de Zapatero. La presidencia de este supuso “la ruptura de consensos básicos vigentes, tácita o explícitamente, desde la transición. El PSOE parecía identificar ahora democracia con izquierda y nacionalismos; la idea parecía ser que, treinta años después de la muerte de Franco, las circunstancias españolas no eran ya las circunstancias de la transición”. Con este texto Zapatero debuta en los libros de historia, y no es un debut glorioso: “Pero el nuevo socialismo español, el socialismo de Zapatero, era un vago sentimentalismo progresista, asociado más a valores morales comunitarios que a grandes reformas económicas y sociales”. Dimos, pues, ese mal paso, y la economía ha hecho el resto. Ya nos encontramos otra vez en nuestra historia.

[Publicado en Jot Down]

16.11.12

La velocidad adecuada

Retroprogreso es lo que me ha pasado a mí con el tren: desde que llegó el Ave a Málaga, he tenido que volver al autobús. Yo era feliz con el tren anterior, el Talgo 200. El viaje a Madrid duraba poco más de cuatro horas y daba para todo: para leer, para ver la película, para tomarse un café en el bar, para divagar con los paisajes. Todo en la medida justa: incluso el precio, perfecto en relación con el servicio. El Ave redujo a la mitad el tiempo, pero disparó la tarifa (parece que esta fue la primera en montarse en la nueva máquina). La consecuencia es que, con la alta velocidad, mis viajes son más lentos y penosos: duran dos horas más, en un asiento más incómodo, con traqueteo y curvas y sin la posibilidad de leer, porque me mareo.

Pero tampoco el Ave, que he probado un par de veces, es lo mismo: demasiado rápido, demasiado hortera. Lo ideal era el Talgo 200. Cuatro horas es una duración que no satura. Pero, al mismo tiempo, le dejaba aire al tránsito mental. Había sensación de viaje. Incluso brotaba alguna que otra ráfaga de aburrimiento. Daba tiempo para aburrirse y, por lo tanto, para pensar; para las sedimentaciones. Uno llegaba a la otra ciudad como quien llega a otro sitio.

Era como una odisea en píldora. Una píldora con la dosis exacta. Al final te cansabas un poquito, pero ya estabas llegando. Durante unos años viví entre las dos ciudades y el Talgo 200 me otorgaba la transición justa. El efecto es que mis dos vidas alcanzaron a ser distintas, complementarias. Ahora en mi recuerdo es como si hubiera vivido el doble. O el triple: porque mi vida en el Talgo 200 tiene sus perfiles propios. Una vida de lectura y de música, con el paisaje pasando. Una habitación con vistas que se mueven.

Aunque también aparecían los monstruos en aquel viaje. Eran los tipos, con pintas de tratantes de ganado, que iban haciendo sus negocios por el móvil. Si te tocaba uno cerca, se acabaron los placeres. Pertenecían a la estirpe que ha dominado el país en los últimos lustros: ese conglomerado de constructores y políticos que ha sido el que ha liquidado los eficientes Talgos 200 para imponer los pretenciosos Aves; es decir, el que nos ha devuelto a muchos al autobús. Mirado con perspectiva, tenía algo de invasión bárbara: allí estaban, dentro del civilizado recinto, pero horadándolo. Mientras el tren proseguía su apacible marcha, ellos ya habían empezado a sacarnos de él.

[Publicado en Jot Down, especial en papel 1]

15.11.12

Huelga a la carta

Mi primera huelga general, la de 1988, me pilló con veintidós años (¡edad gloriosa!) y yo no sabía muy bien en qué se iba a traducir aquello. Se le daba mucho bombo, pero, como a lo largo de la Transición se le había dado mucho bombo a tantas cosas, no lograba discernir en qué iba a cifrarse su especificidad. Lo supe al segundo: cuando a las cero horas de aquel 14-D la emisión de TVE se cortó. Al que no lo haya vivido, le resultará difícil imaginar qué significaba aquello. La tele lo era todo. Atravesar un día sin tele era como atravesar el desierto del Gobi sin cantimplora. Nada más nacer, pues, aquella huelga había triunfado.

Hoy el equivalente sería que se cortara internet: solo entonces el resultado resultaría rotundo. Ni siquiera el corte de la tele (de las teles ya) implicaría gran cosa. Internet es el medio que hace transitable la realidad, el que le da persistencia. En este instante parece que hay una huelga ahí fuera; suenan a ratos, por ejemplo, sirenas y helicópteros. Pero aquí en la pantalla, mientras escribo, se mantiene el flujo. Aquí la huelga no ha penetrado. Al contrario: todo el mundo trabaja. Los que apoyan la huelga también.

Yo aún no he salido a la calle y no sé lo que está pasando. Pregunto por mails que envío a Madrid, Sevilla, Córdoba y Málaga. Una amiga me dice que trabaja, que de ocho que son en la oficina han hecho huelga tres. Otra pasó la madrugada con los piquetes y ha salido con el brazo morado. Otra, que es profesora, se ha quedado en casa. Una pareja ha ido a trabajar y otra no. Miro la prensa digital. En el diario de Escolar la huelga es un éxito. En el de Losantos, un fracaso estrepitoso. Titulares respectivos en este instante (15.05h): “Los sindicatos cifran en el 80% el seguimiento del 14N”; “Toxo y Méndez cosechan el mayor fracaso en la historia de las huelgas”. La realidad es tan ancha, que cada cual encuentra en ella lo que busca.

Los periodistas de los distintos medios están de servicios máximos, porque se lo tienen que currar: han de cocinar para sus menús el tipo de huelga –fracasada o exitosa– que demandan sus comensales. El 15-N cada lector desayunará su particular huelga a la carta. Y al que se le ocurra picotear en varias, acabará con el estómago revuelto.

[Publicado en Zoom News]

13.11.12

No les cabe la menor duda

Hay razones para hacer huelga. Pero caben dudas al respecto, la principal de las cuales es si resulta conveniente hacerla. El ciudadano con el que me identificaré mañana será el ciudadano atribulado. El que, haga lo que haga, no sepa muy bien si está en lo cierto y pase un día melancólico. Con este ciudadano, obviamente, no se va a ningún sitio.
A otros, en cambio, les pasa como al del chiste: son tan pequeños (de pensamiento al menos), que no les cabe la menor duda. Viven en un mundo de buenos y malos. O mejor dicho: en un mundo en el que ellos son los buenos y los otros los malos. Es un mundo de apariencia doliente, pero reconfortante en lo íntimo. Estar siempre entre los buenos da mucha paz. Así los protagonistas del vídeo pomposamente titulado “La Cultura con el 14-N”.



Los veo desfilar y se me ocurren reproches para la mayoría, y no solo estéticos. Hablan de la Derecha y de lo que está “intentando arrebatarnos”, de que le “quita a los pobres para dárselo a los ricos”, de que lo que quiere es (¿y no va a querer, si es el Mal?), “reprimirnos, represaliarnos y engañarnos”. Domina la autocomplacencia acrítica. Uno que ha contribuido a nuestro empobrecimiento se queja de nuestro empobrecimiento. Otro que no ha secundado estos días la huelga de su propia empresa llama ahora a la general; como llama otro que ha despilfarrado el dinero público que tuvo a su cargo. Otro de indisimuladas simpatías por la dictadura cubana (de estos hay varios, y varias) habla de “golpe de estado del capitalismo”. En fin. Algún día, el que desee animar a una huelga general en España deberá empezar por esconder a esta gente... porque, tras ver el vídeo, de lo que entran ganas es de ponerse el 14-N a trabajar en un escaparate, para que todo el mundo lo sepa.

Pero no hay descanso. En la no huelga tampoco. El ciudadano que ha decidido apartarse de los anteriores, se reencuentra de pronto con las razones para hacerla, muy elocuentemente especificadas por (¡sorpresa!) la vicepresidenta del Gobierno:



Y en este ping-pong nos consumimos. Dudando como el asno de Buridán, mientras el suelo se hunde y menguan los montoncitos de paja.

[Publicado en Zoom News]

12.11.12

Especial series

Ya ha salido el segundo número de Jot Down en papel: un especial dedicado a las series de televisión. La consigna era escribir sobre las que quisiéramos, pero con un enfoque particular. El resultado son 320 páginas con una pinta excelente. Yo he escrito una reflexión general sobre las grandes series que vi entre los diez y los dieciocho años, titulada "En paralelo a la vida". La revista puede comprarse online o en esta selección de librerías.

8.11.12

Divorcio popular

Según lo previsto, el Tribunal Constitucional se acopló sin contratiempos a los titulares que anunciaban su sí al matrimonio gay. Siguieron unas cuantas celebraciones arcoíris, unas cuantas protestas monocromáticas... y se acabó. Pocas horas después ya nadie se acordaba del tema, ni se va a acordar más. Era un problema falso. Pero es desde aquí, desde esta sensación anodina que queda ahora, desde donde quiero hacer una reflexión, antes de que se termine de olvidar del todo. Porque es un buen ejemplo del tipo de cosas que nos han conducido a la situación actual.

Produce melancolía recordar la cantidad de tiempo y de esfuerzo que se derrochó con este asunto. En un principio, se le pudo achacar a Zapatero su imposición del término “matrimonio”, cuando el PP de Rajoy estaba dispuesto a aceptar casi todo de la ley salvo el uso de esa palabra. Yo entonces pensaba que no merecía la pena la confrontación por ella, y que lo que estaba haciendo Zapatero era tenderle una trampa al PP para que sacara a relucir sus elementos más reaccionarios. Lo que pasó fue que el PP picó y, en efecto, sacó a relucir sus elementos más reaccionarios. Fue una irresponsabilidad. Para entonces ya se sabía que Zapatero era un presidente sin luces. El PP debió haber puesto entre paréntesis sus atavismos ultracatólicos en aras de una mayoría electoral que incluyese a progresistas conscientes de la situación. Hizo todo lo contrario: echar a patadas a quienes hubieran estado dispuestos a prestarles el voto.

La nefasta segunda legislatura de Zapatero, cuyas consecuencias seguimos pagando, fue debida en buena parte a la patética ineficacia del PP. No ha habido elecciones en España más fáciles de ganar que las generales de marzo de 2008; pero los populares se empeñaron en perderlas y las perdieron. (Las de 2011 las ganaron porque no eran ni siquiera fáciles: venían regaladas.) Como he dicho alguna vez, el zapaterismo consistió no solo en el peor gobierno de nuestra historia reciente: sino también en la peor oposición. Fue una danza (macabra) a dos. Y que ahora sigue con uno solo.

La única apreciación nueva es que, visto lo visto, no es seguro que el PP hubiese arreglado algo de haber ganado las elecciones de 2008. Quizá su empecinamiento en cuestiones menores como la del matrimonio gay (que condujo a su divorcio del electorado) fue una estratagema inconsciente para no verse en el brete de ganar y no saber qué hacer. Como le está pasando ahora.

[Publicado en Zoom News]

6.11.12

Matrimonios gais

El Tribunal Constitucional es ya como el Premio Planeta: sus resultados los anuncia la prensa antes de que se produzcan. Escribo esto el lunes, pero la prensa ya dice que el martes el Tribunal dirá que acepta el término “matrimonio” para las uniones entre personas del mismo sexo. Esta vez el adelanto no se debe a una filtración, ya que la votación aún no se ha producido. Lo que se producido ha sido el recuento por anticipado de los votos. Para esto no se requiere razonamiento jurídico alguno, sino simplemente conocer la adscripción ideológica de los magistrados. Los futurólogos de nuestra justicia necesitan saber de política, no de derecho.

Aparte de esta cuestión melancólica, el sí del Tribunal será (es) una noticia alegre. Ha habido veinte mil bodas homosexuales desde julio de 2005, y por lo tanto se han pronunciado cuarenta mil “sí, quiero”. Todos esos síes, sin embargo, dependían de este Sí mayor. Su escenificación daría para una superproducción de Bollywood. La cifra también nos indica lo catastrófico que hubiera sido un no. La ley ha mejorado la vida (lo que pueda “mejorar la vida” dentro del matrimonio) de cuarenta mil personas, sin haber perjudicado la de los demás. Y ha incrementado, objetivamente, el número de familias. Quizá sea esta bondad tan limpia la que irrite a nuestros católicos recalcitrantes.

Una de las batallas ganadas en la calle ha sido justamente la del término: la expresión “matrimonio gay” se dice con naturalidad, funciona. Y en estos asuntos del lenguaje el pueblo es el que manda. La que ha venido a estropearlo todo ha sido la Academia, que recomienda que en plural se escriba “gais”. Siguiéndola, El País pone en su página futuróloga del lunes unas horrendas “bodas gais” y “uniones gais”. ¡Menudo bajón! Quitar la y griega es aguar la fiesta, como cuando se escribe “dandi”, que es como un dandy vestido de diario. Deberíamos elevar otro recurso al Tribunal Constitucional para que se acepten los “matrimonios gays”.

[Publicado en Zoom News]

1.11.12

La realidad y el deseo

Después de que la comisaria Reding haya confirmado que una Cataluña independiente se quedaría fuera de la Unión Europea, Artur Mas debe completar su pregunta para el referéndum así: “¿Usted desea que Cataluña sea un nuevo Estado de la UE, aunque no se lo permita la UE?”. Lo imagino exultante: con esta formulación se gana en pureza y en romanticismo. El peso recae ya por completo en ese “usted desea” que tan llamativo resultaba. Ahora es un deseo abiertamente enfrentado a la realidad.

Es todo tan español. La pulsión desaforada por el delirio ha sido uno de los rasgos de la historia de España. Con la Constitución de 1978 se produjo algo insólito: los españoles tomaron, como diría Borges, “la extraña resolución de ser razonables”. Ha durado dos generaciones. Hoy, a la Constitución no se le perdona que no surgiera de un sueño limpio, sino de un apaño. Nació manchada de realidad, y con la realidad es con la que brega y con la que se desgasta. Frente a ella, se esgrimen las irrealidades de una hipotética Tercera República o de una Cataluña independiente en las que todos los problemas se encuentran ya resueltos. En efecto: si son irrealidades, ¿cómo van a verse aquejadas por problemas que solo se dan en la realidad?

Entiéndaseme: son irrealidades hoy. Si algún día se instaura una República o se efectúa la independencia de Cataluña, obviamente ingresarían en el ámbito de la realidad (y se verían afectadas también por sus problemas). Pero lo que quiero resaltar es que hoy operan en tanto irrealidades, y ejerciendo en la práctica una suerte de chantaje político-metafísico contra la realidad. No se plantean como proyectos anclados en ella, sino como proyectos que la escamotean. La pregunta de Mas es un nítido ejemplo. Se trata, ante todo, de que no asome la desagradable realidad de que una Cataluña independiente tendría que salir de la Unión Europea. Lo que, por cierto, tendría el curioso efecto alquímico de transmutar a los catalanes en charnegos: los charnegos de Europa.

[Publicado en Zoom News]

30.10.12

Aniversario sombrío

Si Sherlock Holmes (el bueno, no el de Garci) buscara el elemento común entre las dos cosas que peor van en España, que son la propia España y el PSOE, se encontraría al otro lado de la lupa a Zapatero, que manejó los dos volantes. Su herencia, aparte de la doble ruina, ha resultado ser la memoria histórica, aunque no la de la guerra civil sino precisamente la del zapaterismo: los españoles, pese a lo mal que lo está haciendo el PP, han optado por no olvidar lo mal que también lo hizo el PSOE.

Pero conviene no cargar las culpas en Zapatero. Tanto lo que ha venido después en el PSOE como lo que ha venido después en España, relativizan su figura. Al cabo, no era tanto un culpable como un síntoma del montón de cosas que ya iban mal y que eclosionaron en él. Fue, de algún modo, el antiparche: lo que andaba flojo se terminó de soltar; pero la razón última de que se soltara fue que andaba flojo. Andaba flojo el PSOE, que apoyó sin fisuras a alguien tan menesteroso y tan incapaz. Y andaba floja España, que apostó por la fantasía contra la realidad, como en los mejores momentos de su penoso pasado.

Ahora, en este aniversario sombrío de su victoria en 1982, el PSOE se encuentra con una tremenda papeleta: tiene un líder que no vale, y varios candidatos a sucederle que valen aún menos. Parece que se ha consumado el proceso de “selección adversa” del que hablaba Félix Bayón. El candidato que haría falta seguro que se lo cargaron hace años los trepas del partido, si es que llegó a afiliarse alguna vez. Uno mira al PSOE y le entra un noventayochismo más acusado que cuando mira a España. Y es un noventayochismo que tiene también que ver con España: porque, realmente, esto va a ir peor sin el PSOE.

[Publicado en Zoom News]

28.10.12

Quincallería sevillí

Han pasado ya unas semanas, pero el dinosaurio, como en el cuento de Monterroso, sigue ahí. Me refiero al estruendoso silencio de los personajes catalanes a los que Arcadi Espada (¡también catalán!) fue haciendo llegar, desde el 19 de septiembre, estas dos preguntas:
1. ¿Quiere usted que Cataluña siga formando parte del Estado de España?
2. ¿Defendería activa y públicamente su punto de vista si en algún momento Cataluña y el resto de España iniciaran un proceso de discusión de su vínculo constitucional?
Según el recuento que hizo el propio Espada el 13 de octubre, de los treinta y siete que las recibieron, solo contestaron dos. El resto, silencio y alrededores. Félix de Azúa, que ha huido de ese ambiente, lo he definido bien: “un terror pequeñito”. Es imposible no detectar, en las no respuestas y en los circunloquios, el miedo. El miedo, obviamente, al régimen. El que impera en Cataluña se ha decantado por la independencia. Por eso, quienes están a favor se pronuncian sin tapujos; y el resto trata de eludir la cuestión como buenamente puede: sabe que otra cosa le traería problemas o incomodidades. Quizá algún lector eche de menos una definición de régimen. Propongo esta para el contexto catalán: “dada una circunstancia histórica determinada, régimen es aquello que apoya La Vanguardia”.

De entre todas las no respuestas, me quedé prendado de la de Pere Gimferrer: una formidable voluta elusiva, en dos tiempos. En el primero, un despliegue erudito de estirpe barroca: casi una exudación nerviosa, para encubrir o aplazar. En el segundo, con barroquismo semejante, la no respuesta definitiva. Me acordé, por contraposición, de un insólito momento en que Gimferrer sí fue contundente en política: el de su ataque a Felipe González en Mascarada. Cito en la traducción de Justo Navarro:
Es bajo ser criado de uno
como ese Felipe González
No pongáis las zarpas aquí
Soy insumiso a este gobierno
Quincallería sevillí
Gobierno de ropavejeros
Lo llamativo es que Gimferrer se pasó catorce años sin decir nada –que trascendiera– contra los socialistas, y que en cuanto cayeron aparecieron esos versos. El PSOE perdió las elecciones en marzo de 1996, y Mascarada se publicó dos meses después; aunque fue escrito en otoño de 1995. Cuando se publicó en castellano, en 1998, el poema fue saludado precisamente por Arcadi Espada, y es en verdad un poema magnífico: valiente, sí, y también hermoso; osado en territorios más decisivos tal vez que la política. Este ha sido el signo de Gimferrer: atrevido en estética y en moral, pero en política cobardón. (Aunque hay que resaltar que sin caer en el servilismo.)

Es una actitud que, por otra parte, comprendo. En una atmósfera tan encanallada como la nuestra, no sé hasta qué punto tiene sentido permitir que la política le arruine a uno los días. En El agente provocador, escribe algo que podría adjudicarse a este pensamiento: “Si en el fondo, aparte de mi estricta felicidad personal, no me ha interesado nada de nada en la vida aparte de los libros”. Lo comprendo, pero no deja de incomodarme. Yo admiro la obra de Gimferrer, en poesía y en prosa; pero echo de menos en ella una pasión crítica hacia los asuntos públicos como hay en la de su maestro Octavio Paz. Hablo del Octavio Paz de su (larga) época dorada: el de los últimos años se volvió más prudente aún que Gimferrer.

Y echo de menos un poeta catalán que escribiera versos incendiarios y gloriosamente liberadores como podrían ser hoy estos, con solo cambiar un nombre y un adjetivo; contra el régimen:
És cosa baixa ser el criat
d’algú com Artur Mas
No acosteu les urpes ací
D’aquest govern sóc insubmís
Quincalleria barceloní
Govern de roba venturera.
[Publicado en Jot Down]

24.8.12

Odio africano

He tenido muchas trifulcas en internet, pero aún no me había asaltado la masa. Es una sensación interesante. Pero no voy de víctima, sino de disfrutón, porque me lo he pasado teta. ¡Al fin ocurre algo, aunque sea en mi contra! No es que yo admita las críticas, es que las celebro. Mis artículos son faltones, porque (¡aunque mi ideal sería la matización infinita: un perpetuo sfumato de la afirmación hasta que se quedase en nada!) me pierde el gusto por las strong opinions a lo Nabokov o el arte de la exageración a lo Thomas Bernhard. No pretendo decir con ello que me alcancen los brillos de estos dos maestros, sino apenas que me refocilo en sus tics. Mis artículos, digo, son faltones, de manera que se merecen críticas igualmente faltonas. Lo que quiero hoy, pues, no es tacharlas, sino hacer una reflexión al paso.

Es sobre ese automatismo inquietante de denostar a UPyD, o de señalar como esbirro de ese partido a todo aquel que se salga del ping-pong sectario o cuyo discurso recuerde, más o menos, a lo que UPyD propone. Aquí opera un delicioso mecanismo de proyección: como el personal suele estar atornillado a lo que vota, y mantiene su adhesión inquebrantable haga lo que haga el votado, da por hecho que el resto de los votantes funcionan así. No concibe que el voto pueda no formar parte de la identidad del que vota, o sea algo relativo y cogido con alfileres; algo que uno pueda (llegado el caso) abandonar. Mi relación con UPyD es esta: es un partido al que voto por el momento, pero al que no pertenezco ni con el que me identifico, y al que calculo que algún día dejaré de votar (para volver al voto en blanco, que es mi salsa).

Estoy al tanto de las sombras de UPyD, porque tengo amigos que conocen sus interioridades, y hay cosas en sus manifestaciones públicas que no me gustan: el personalismo, ciertas purgas internas, ciertos dejes populistas o la tendencia a decir justo lo que puede recabarle determinados votos. Pero estos defectos los comparten los demás partidos; son justo eso: defectos de partido. Son defectos que deploro, y por eso no pertenezco a ningún partido. Lo que llama la atención es, entonces, ese plus de odio que hay hacia UPyD. En las críticas que me hicieron (en Jot Down, en Facebook y en Twitter) parecía que bastaba decir “UPyD” para que fuera un insulto. Pero si los defectos de UPyD los comparten los demás, me temo que lo que irrita son sus virtudes: el principio de racionalización que propugna, que pisa tantos oscurantismos.

Al fin y al cabo, estamos en España. Y este era el centro de mi crítica en el artículo anterior: no nuestros comunistas, sino la mentalidad española; o nuestros comunistas en tanto representantes también de la mentalidad española. Algo que, a modo de bonus track, se ejemplificó con creces en los comentarios.

Uno de los grandes problemas de nuestra izquierda es que sigue demasiado a Franco en lo que este entendía por “España”. En teoría es para oponerse a ello: pero, como da por bueno ese punto de partida, no hace más que recorrer el mismo callejón. Acarreando, como no podía ser menos, los peores vicios españoles (presentes en Franco pero anteriores a Franco): desde el impulso inquisitorial a la obsesión por la pureza de sangre, pasando por el gregarismo, la picaresca y la beatería; esa agitación de monjitas escandalizadas en cuanto se blasfema. También, naturalmente, el odio africano.

He dudado si emplear esta expresión, porque me desagradaban sus connotaciones despectivas hacia nuestros vecinos del sur. Hasta que me he dado cuenta de que, cuando decimos “odio africano”, entendemos perfectamente que hablamos de españoles. Algo normal, teniendo en cuenta que, en efecto, “África” empieza en los Pirineos. Y acaba en el Peñón.

[Publicado en Jot Down]

24.6.12

Las tripas de Frankenstein

La no celebración del debate sobre el estado de la nación posee la diafanidad de las tautologías: ese, exactamente ese es el estado de la nación. El miedo de Rajoy le ha llevado esta vez a expresarse del modo más osado: arrojándonos la verdad, sin tapujos; como no hubieran podido hacerlo mil debates. Él quizá imagina que gana tiempo, escondiéndose; pero ese esconderse es otra emanación del entramado que nos ha conducido a esto, que tiene entre sus componentes principales la falta de control sobre el poder y la dejación institucional. De manera que lo que hace Rajoy es seguir ahondando en las causas del desastre.

También resulta indicativo el que, con la que está cayendo (¡a mí sí me gusta la expresión!), sigan saltando titulares más grandes que los económicos. El jueves había tres: el de la mencionada no celebración del debate, el de la dimisión de Dívar y el de la legalización del partido proetarra por parte del Tribunal Constitucional. La loncha de una sola jornada, cortada al tuntún, que nos hace ver lo podrido que tenemos el jamón entero. Si la hubiéramos cortado otro día, habríamos tenido al Rey en Botsuana, Urdangarin, el Bigotes, Camps, Correa, YPF, MAFO, los ERE de la Junta de Andalucía, el agujero de la cajas, el agujero de las comunidades autónomas, el Parlamento vacío o el Parlamento con pancartas, el aeropuerto sin aviones, los pitidos al himno, el revival de Gibraltar y hasta el juicio a Krahe... Y siempre, sin descanso, la prima en su carrusel, y el déficit y el paro y la pobreza creciendo. Llevamos una racha que abrir el periódico es hacer que nos salte el monstruo de Alien o el de La cosa.

Enric González, aquí mismo, vinculó nuestra “ruina moral” con los apaños de la Transición. Estoy de acuerdo. Aunque a mí tales apaños, en principio, me parecieron bien. Visto lo visto (y conocido el percal), me imagino lo que hubiera pasado si triunfan los de “la ruptura” y se me hiela la sangre. Se hizo, pues, lo más sensato: montar un Frankenstein con todos los pedazos posibles, coserlo y echarlo a andar. El problema ha sido que, una vez que se vio que en efecto andaba, se detuvieron en seco las tareas quirúrgicas. No se siguió trabajando para que nuestro Estado fuese presentable, sino que ya cada cual se puso a mangonear en su sector, con un frenesí franquista del que no se libra aquí nadie. Esto ha sido como el edredoning de Gran Hermano: una fina sábana de legalidad y debajo las orgías.

Lo llamativo es cómo todas las costuras han empezado a abrirse simultáneamente: como si el monstruo hubiera sido construido según el principio de la obsolescencia programada. Los apaños, de pronto, no han aguantado más y ahora tenemos al Frankenstein de la Transición con las tripas fuera. Lo inquietante es que no se ven cirujanos por ninguna parte, ni siquiera científicos locos; sino solo carniceros, y charcuteros.

[Publicado en Jot Down]

15.6.12

Culo de saco

Yo, que he sido (¡y soy!) antizapaterista acérrimo, me revuelvo ahora cuando Rajoy se escuda en la herencia de ZP. Una herencia nefasta, naturalmente: pero el marrón que nos estamos comiendo contiene ya sustanciosos elementos rajoyanos. Su precipitado de incompetencia y contumacia aroma ya el pastel.

Confieso que me he llevado una sorpresa. Era difícil ser un presidente tan malo como Zapatero, y Rajoy lo ha logrado. Pero lo más alucinante ha sido la velocidad: prueba de que no se ha tratado de un proceso, sino de un simple quedarse en bolas. En cuanto ha tomado los mandos, se ha visto que no sirve. Al menos en una situación tan complicada como la nuestra.

A menudo he pensado que Rajoy hubiera sido un presidente aceptable del país que era España antes de los atentados del 11-M. Hacer política ficción no es serio, pero el pacto con mi lector me permite jugar un poco. Rajoy hubiera sido un buen gestor, un hombre apaciguado en la presidencia, lugar muy satisfactorio para un registrador de la propiedad. Con él, la legislatura 2004-2008 hubiera sido aburrida y feliz. Feliz para la derecha, por supuesto; pero también para la izquierda. En especial para tantos escritores y columnistas, que se habrían mantenido contra el poder, ahorrándose el triste trago de la obediencia cortesana. Y para los actores, que habrían seguido rodando secuelas del Hay motivo, con lo que sube eso el caché, al tiempo que mantenían los bolsillos cosquilleantemente llenos. Zapatero, en fin, habría vuelto a perder las elecciones de 2008 y se habría retirado de la política, tras haber sido un agradable líder de la oposición, un contrapunto de color y lirismo a las grises cuentas de Rajoy. La crisis nos hubiera alcanzado, pero de un modo menos traumático. Y además en 2012 ya no hubiera repetido Rajoy y tendríamos otro presidente, del PP o del PSOE, que sin duda sería mejor.

Hasta aquí el cuento: los cántaros de la lechera saltaron por los aires con las bombas del 11-M. Llegó ZP y comenzó el proceso de descomposición en el que seguimos. Desde la perspectiva actual, ya sabemos que Rajoy formó parte de ese proceso. El zapaterismo fue una danza a dos, que consistía en tener el peor gobierno y la peor oposición posibles. La segunda legislatura de ZP nos la tragamos por la estricta inutilidad de Rajoy, que no supo ganar las elecciones más fáciles que ha habido en Europa (exceptuando las últimas, que venían regaladas). Y durante la sórdida legislatura que siguió, la de 2008-2011, Rajoy ha sido cómplice también del encanallamiento (y encallamiento) general. Su estrategia de dejar que el zapaterismo se pudriera solo fue profundamente antipatriótica. Y fue una negligencia: porque la podredumbre ya no hay quien la pare, y menos alguien que tiene una parte tan principal en ella.

Ahora estamos peor. Con Zapatero quedaba una última esperanza: la de que pudiera haber alguien mejor que Zapatero. Rajoy, en cambio, es ya un cul-de-sac: un callejón sin salida. Aunque no sin bajada.

[Publicado en Jot Down]

9.6.12

Extranjero

Para quienes no vivimos bajo el radio de acción directo de los nacionalistas, ese “foco achicharrante” del que hablaba Arcadi Espada, sus monsergas casi se han extinguido con la crisis. Ellos siguen, pero nosotros no les hacemos caso. Tenemos cosas más importantes en las que pensar; es decir, tenemos cosas importantes en las que pensar. Sin embargo, el otro día leí en Twitter (¡últimamente todo pasa en Twitter!) una ristra de catetadas nacionalistas que me volvieron a poner enfermo. Y me recordaron que los nacionalistas son lo más lamentable intelectual y estéticamente que tenemos en España. Una rémora que nos hace perder el tiempo en estupideces como las de este artículo.

Las catetadas se referían esta vez al Primavera Sound, el festival de música indie que tuvo lugar la semana pasada en Barcelona. Copio una muestra (omitiendo autores):
Senyors del #PrimaveraSound: a Catalunya les coses van així. I si no us agrada, calavera, pinta i la ratlla al mig.

què vols d’un festival que patrocina una cervessa amb nom espanyol i d’orígen filipí #primaverasound #SanMiguel

Com subvencionar música estrangera i ignorar la catalana, la nostra cultura.

Com cada any el més típic del #primaverasound és l’odi anticatalà dels pseudogrogrers postmoderns que l’organitzen amb subvencions catalanes

autoodi disfressat de modernor. tot un clàssic...
La explosión tuvo lugar –he sabido luego– después de que uno de los directores del festival, Gabi Ruiz, llamara retarded (retrasado) y retirara la acreditación al crítico Jordi Bianciotto, que había lamentado el poco énfasis catalanista del Primavera Sound. Represalias como las de retirar la acreditación al que critica son, por supuesto, absolutamente improcedentes; y, aunque el festival rectificó, ahí se queda la mancha. Pero más allá de esto, lo que me interesa es el tufo retrógrado, netamente franquista, de los citados tuits. Tufo que también exhalaba el artículo de Bianciotto en cuestión, algo más articulado y matizado, pero retrógrado también. Por este artículo he llegado a otro de Xavier Bru de Sala en el que se acuña la expresión, celebrada por Bianciotto, de “cosmopolitismo excluyente”.

¡Cosmopolitismo excluyente! ¡Qué maravilla! Teniendo en cuenta que el nacionalismo es, por usar otra expresión frecuentada por Espada, “un achique de espacios”, lo que teme Bru de Sala es que lo excluyan del corral y lo encierren en el ancho mundo. Los nacionalistas siempre se lo ponen fácil al columnista: con una transparencia abrumadora, lo que Bru de Sala reivindica frente al “cosmopolitismo excluyente” son nada menos que los trajes regionales. Se ve que en Cataluña una cosa es ser indie y otra independentista. Los primeros deben ir sabiendo qué tipo de festivales alternativos al Primavera Sound les tienen preparados los segundos. Algo así como esta especie de Sardana Sound que describe Bru de Sala: “en Amposta hacen una fiesta solo para ampostinos que consiste en pasear por la calle, al atardecer, ataviados a la antigua usanza y dar vueltas por una feria de productos artesanos y oficios que no se han perdido”. Anhelo que se complementa a la perfección con aquel bucolismo sin internet con que soñaba Otegui en La pelota vasca...

Ha dado la casualidad de que estos días he regresado a un viejo disco de Caetano Veloso, Estrangeiro. Y he vuelto a pensar en cómo la música brasileña me salvó la vida. Precisamente porque me convertía en extranjero: me sacaba del tostón ambiente y me llevaba a un sitio por el que corría el aire.

[Publicado en Jot Down]

29.5.12

Taller de escritura

A veces me piden consejo sobre escritura. Yo siempre remito al taller donde lo aprendí todo (¡en veinte segundos!):

14.3.12

La voz de una oculta

Acaba de aparecer un libro espléndido, que no puede pasar inadvertido: Las ocultas, firmado por Marta Elisa de León y publicado por Turner. Afirma Cyril Connolly que la palabra de un escritor es “papel moneda cuyo valor depende de las reservas de mente y corazón que lo respaldan”. En tal sentido Las ocultas es un libro rebosante de valor.

Lo sostiene una voz perfectamente armada que cuenta su experiencia; y la cuenta narrándola y desentrañándola, con soltura, capacidad de observación y lucidez. Se trata, como anuncia el subtítulo, de una experiencia de la prostitución. Es un asunto por lo general muy sobrecargado retóricamente y que mueve mucho al prejuicio y la visceralidad, puesto que en él se entrelazan dos potencias universales: la del sexo y la del dinero. La autora lo afronta sin adornos: como una prueba vital que ha tratado de entender y de la que ha sacado sus enseñanzas. Ha sido un esfuerzo, propiamente, de desocultación. El velo que resta, el del seudónimo, no delata una debilidad de la autora, sino de la sociedad: esta, en efecto, no podría resistirse a la tentación de destruir a una mujer que se expone como lo hace la de Las ocultas.

El libro es agua fresca en numerosos sentidos: es fluido, articulado, directo, libre, anticonvencional. Desconcierta. Refuta tópicos. Y habla de primera mano de un tema del que muchos hablan sin saber, enturbiados (¡y enturbiadas!) por el moralismo o la ideología. La prostitución ha sido usada como munición en el enfrentamiento entre los sexos. De una parte, por feministas con una percepción sesgada de la realidad y por marxistas que ven explotación en todo menos en los regímenes que apoyan; de otra, por machistas como Chamfort, que escribió la máxima: “En la guerra de las mujeres con los hombres estos llevan ventaja, puesto que tienen a las putas de su lado”. La autora escapa de esta trampa, porque, sin ignorar las diferencias y tensiones entre hombres y mujeres, no culpabiliza a los unos ni victimiza (e infantiliza) a las otras. Tiende a la comprensión y a la reconciliación.

No por ello su mirada es complaciente. Al contrario: el mundo que describe es duro, áspero, desagradecido. Ella se inició (voluntariamente, siendo universitaria) a los veintiún años y anduvo enredada, con entradas y salidas, a lo largo de diez. El libro da cuenta con precisión del desgaste físico y psíquico, espiritual también, de la prostitución. Esta es uno de los rompientes de la fuerza erótica, con frecuencia en su versión oscura, y la puta se lleva la peor parte. El dinero que ingresa tiene, entre sus contraprestaciones, el de una tremenda pérdida de energía, que reduce (y aniquila, casi siempre) las posibilidades de escapar.

Pero la autora de Las ocultas escapa, y su libro es también la crónica de esa liberación. En el camino le ayudan la amistad, el amor, la maternidad y, sobre todo, su poderosa razón: una razón que incorpora sin delirio elementos oníricos e incluso mágicos, un poco al modo del psicoanálisis de estirpe junguiana. El lector asiste a un proceso de autoanálisis radical, que desenmascara a su vez a la sociedad de la cual la prostitución es sombra.

[Publicado en Jot Down]

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Pueden leerse extractos en la web de la editorial y en El País. Y una entrevista con la autora en AllegraMag.