28.4.15

El nacionalismo es lo peor

Me equivoqué en mi anterior columna al utilizar un término comparativo ("los mejores") sin prestar atención a aquello otro a lo que remite. ¿Mejores que quiénes? Yo pensaba, naturalmente, en los nacionalistas, que son los peores sin remisión (¡qué le vamos a hacer!). Pero mi amiga Ana Nuño me escribió para recordarme "sin acrimonia, solo con tristeza" a los que son antinacionalistas pero no se pueden marchar, porque sus medios no se lo permiten. Me acordé de otros amigos catalanes que tengo en esas condiciones. Y de que ellos, en realidad, son los primeros perjudicados de este embrollo. En general, tendrán que quedarse allí.

Nos olvidamos de ellos en cuanto bajamos la guardia. El documental de Arcadi Espada, Gente que vive fuera, tendría una lectura añadida: la de la "gente que vive dentro" (Espada incluido, como apuntábamos), sufriendo en presente lo que los protagonistas del documental contaban en pasado. En esa oposición, por otra parte, se cifran las esperanzas. Como señalaba Losantos en el documental, el problema de Cataluña es en realidad el problema de España: es decir, el de la inoperancia del gobierno central, y también de la opinión pública española, en este asunto. Los catalanes refractarios, pues, tendrán que sacudirse el yugo. Desde mi cómodo asiento de columnista de batín, yo solo puedo echarles una manilla.

El nacionalismo, sí, es lo peor. Selecciona a los peores. En una sociedad como la catalana, cribada por el nacionalismo, los peores son los de arriba. Y cuando hay alguien que no es malo, y que es incluso bueno, saca de él lo peor. Pongo un ejemplo triste, del que me he enterado estos días: el del gran poeta Joan Margarit. Un hombre sin duda bondadoso y sensible, que transmite sentido común. Hay un recital suyo precioso en la Fundación Juan March que es impecablemente civilizado: recita poemas en catalán y en su traducción castellana y todo fluye con dulzura, sin roce, como debe ser. Son poemas ejemplares, en especial el dedicado a su hija Joana, "Els ulls del retrovisor" ("Los ojos del retrovisor", minuto 7:40 del audio).

Por eso, yo pensaba que este hombre estaba libre de la bazofia mental del nacionalismo. Pero no. Un amigo me ha mandado la entrevista que le hizo Antonio Lucas en El Mundo el 2 de abril y no doy crédito. La entrevista es magnífica, naturalmente, y Margarit dice cosas magníficas y sensatas. Pero al final suelta: "Soy independentista porque estoy hargo de culturas restrictivas. Harto de ese tío que me dice cómo debo de educar a mis hijos, en qué lengua hablarles. Es una barbaridad. Me moriré convencido de que en este asunto, como en tantos, hay un exceso de mala gente que apesta la Tierra". Ante esto, ¿qué decir? Solo cabe el pesimismo antropológico.

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24.4.15

Se van los mejores

Cuando el martes, en el Festival de Cine Español de Málaga, terminó la proyección de Gente que vive fuera, su director, Arcadi Espada, y Albert Boadella, uno de los cuatro protagonistas (los otros tres son Félix de Azúa, Federico Jiménez Losantos y Xavier Pericay), bajaron al escenario para responder las preguntas del público. Hubo dos significativas. La primera, la de un señor que dijo sentirse extrañado de que en la película no hubiese victimismo, "con lo victimistas que sois los catalanes". La segunda, la de una periodista de Madrid, de las que se encuentran en el festival, que contó cómo se sintió rechazada por tres periodistas catalanas a las que les dijo que iba a ver Gente que vive fuera. "Me pareció muy raro, pero después del documental me lo explico".

Ni Espada ni sus cuatro amigos son victimistas porque, en Cataluña, los victimistas no son los que se tienen que ir, ni los que viven incómodos, sino justo los otros: los que los echan o incomodan. La lógica desquiciada del nacionalismo empieza por ahí: los que retóricamente van de víctimas son los verdugos efectivos. El victimismo es en ellos la coartada para, como hacía el padre Ubú (que Boadella transformó en Ubú president), meterles el palitroque por la oreja a los no nacionalistas. En cuanto a las tres periodistas catalanas del festival, seguro que son muy modernas y muy del cine, sin darse cuenta de que el adoctrinamiento las ha convertido en monjitas escandalizables: beatas de un catecismo férreo (y ramplón).

Sobre los aspectos estólidamente clericales del catalanismo incide Azúa en la película, con malevolencia de viejo nietzscheano. "Es como si el monasterio de Montserrat se hubiese hecho con el control de Cataluña". Habla con sorna de la actual proliferación de monjas, entre las que, junto a Forcades y Caram, incluye a Rahola, Colau e incluso a Artur Mas (lo que está muy bien visto). Los clérigos del nacionalismo se han cargado la Barcelona cosmopolita de los años sesenta y setenta, que era una capital libre porque, como dice Losantos, la libertad la llevaban los que iban allí buscando libertad. Ahora se van por la misma razón: para buscar libertad en otro sitio.

En el documental hay rabia, hay reflexión, hay recuerdo, hay denuncia, hay también pasmo ante lo insólito (lo alucinatorio) de la situación. La melancolía de las frases y de los interludios contemplativos, con planos apacibles de la ciudad, se incrementa cuando pensamos que se van los mejores. Son los más cultos, los más civilizados, los que mejor hablan, los que mejor piensan. También los que más gracia tienen. Por eso oírles hablar en Gente que vive fuera, con todo, es una delicia.

El que sigue viviendo en Barcelona es Espada, y también se lo preguntaron. Dijo que en Barcelona se vive muy bien (y se come muy bien) y que él, en cualquier caso, se mueve en una zona muy delimitada, "uno de cuyos caminos conduce a la estación".

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21.4.15

El candidato del establishment

Hacía tiempo que no asistíamos en la tele a un chaparrón de sensatez como el de Albert Rivera, líder de Ciudadanos, en La Sexta Noche. De pronto parecía que estábamos en Europa, y a ráfagas incluso en Estados Unidos. Como si España fuese un país serio. Aunque esta sensación tiene truco: Rivera destaca justamente por lo raro que resulta. En un país normal sería normal. Su gran virtud está en los defectos de los otros. Su centrismo es excéntrico.

Lo que dicen los políticos ("los políticos") ya sabemos lo que es, y el valor que tiene. Pero entre tanto es mejor que digan cosas sensatas. Estas en sí mismas, con su sola presencia, producen efectos positivos: fomentan un tejido de sensatez. La insensatez produce justo lo contrario, como conocemos de primera mano, por ejemplo, por los nacionalistas: políticos que han empeorado y envilecido el ambiente.

En espera, pues, de que Rivera se equivoque o se tuerza en la acción política, quizá de gobierno, lo que dice va saneando la atmósfera. Tiene un carisma suave, que inspira más simpatía que mesianismo. Transmite la complejidad y la dificultad de los asuntos. Y sobre todo da muy bien en pantalla. A diferencia de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias e incluso Toni Cantó, Rivera es un actor cuya actuación no se nota. Habla con naturalidad y posee una firmeza sin énfasis. (El presidente Rajoy, por su parte, no parece un actor; pero porque no parece nada: va a lo suyo y ni siquiera se molesta en fingir).

El diputado Gorriarán, que se ha pasado meses con el berbiquí abriendo boquetes en su propio barco (UPyD), dijo que Rivera era "el candidato del establishment". Nuestros marxistas, esos entrañables tunos ideológicos, piensan lo mismo: Ciudadanos ha salido de lo que Gramsci llamaba "la caja de herramientas del sistema". Debe de ser verdad, y por eso el PP, ese partido anti-establishment y anti-sistema está tan fastidiado con el ascenso de Ciudadanos. Al final Rajoy e Iglesias, que tanto se necesitaban mutuamente, van juntos a por el lampiño.

Lo cierto es que sí: Rivera es el candidato del establishment. El del "establishment" democrático y constitucional, que tiene que ser corregido y mejorado, sí, pero desde dentro: porque fuera hay otra cosa que no es la democracia. Y el "sistema" del que con tanta suficiencia hablan nuestros revolucionatas es nada menos que el Estado de Derecho, cuyas corrupciones y todo lo demás no se han hecho desde él, sino contra él: violando su ley. Entre tantas irresponsabilidades y romanticismos, no está mal que cuente con su candidato.

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16.4.15

La Transición de Pablo Iglesias

No sé si Pablo Iglesias sigue despreciando la Transición, pero en su biografía la está reproduciendo: su viaje desde el boicot falangista a Rosa Díez, hace apenas cinco años, hasta el civilizado saludo de ayer a Felipe VI es el mismo que hizo España. Quizá sea solo por estrategia, pero a la civilización no es imprescindible creérsela: basta con imitarla. Así que de momento nos vale. Por su parte, IU, ICV, ERC y Bildu sí se escabulleron del rey, como buenos súbditos del folclore antimonárquico.

Da más pena IU, heredera de aquel Carrillo al que el rey Juan Carlos le acercó un cenicero y que hoy se aparta de la iconografía que vale. El que la proporciona es Iglesias, con su presencia y con el regalo de Juego de tronos. Jabois anunció que en el encuentro el campechano iba a ser Iglesias y acertó. Aunque la suma de campechanía más paternalismo que ofreció el líder de Podemos puede que no le trajese recuerdos ideales a don Felipe.

La escena fue importante para apreciar el momento en que nos encontramos. Hay elementos de época: el cenicero de entonces, inconcebible hoy en un contexto oficial; la serie de ayer, regalada con esa ironía moralizadora tan actual ("le aportará claves para entender la política española") y en DVD, que entonces ni existía. Pero lo significativo es otra cosa: en la Transición fue el rey el que tuvo un gesto con el político de izquierdas; ayer fue el político de izquierdas el que tuvo un gesto con el rey.

En ambos casos, han sido gestos beneficiosos para la democracia. El de la Transición, porque fue una muestra de cordialidad por parte de un Jefe del Estado cuyos orígenes estaban en el franquismo (cuestiones dinásticas al margen) hacia el líder de un partido prohibido durante la dictadura. El de ayer, porque con un signo de respeto hacia nuestro rey constitucional por parte de alguien con dudosas filiaciones democráticas.

El momento en que nos encontramos es ese: el de una democracia afianzada (más allá de sus crisis) en la que los gestos democratizantes tendrán que hacerlos quienes parecen haber estado jugando a otra cosa. Al final no hay que despreciar la Transición, sino incorporarse a ella.

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9.4.15

Fofas las filas

La conclusión es que un partido político, en nuestro sistema personalista, viene a ser como la mascota del que manda. Y como toda buena mascota, se acaba pareciendo a su dueño. El PP es hoy, pues, un partido de mirada huidiza, titubeante pero obstinado (o sea, obstinado sobre una especie de niebla) y con el tinte solo arriba, en la economía: en lo demás canoso. La gran virtud de Mariano Rajoy, a ojos ilustrados, que era la de no tener carisma, la ha convertido en un defecto. Quizá, después de todo, nuestro sistema personalista exija carisma. (Rajoy, o el personalismo sin personalidad. Rajoy, o la determinación obtusa).

El presidente, por otra parte, no deja de tener razón: ¿disensiones ahora para qué? El mal ya está hecho. Las dos cosas: está y hecho. Su estrategia tenía solo dos patas: la mejora económica y el miedo a Podemos. Esta segunda pata se ha quebrado (porque Podemos se desinfla y Ciudadanos se infla) y la estrategia cojea. No se tenía ninguna otra cosa preparada, y ya no da tiempo.

El martes, los cerca de seiscientos dirigentes y parlamentarios del PP que acudieron a la Junta Directiva Nacional llevaban aprendidísima la consigna de Alfonso Guerra: "el que se mueve no sale en la foto". Menos Cayetana Álvarez de Toledo, todos la siguieron. Lo malo es que es la propia foto la que se mueve, por esa cojera. Me imagino que ya se ha usado la frase "el silencio de los peperos" (busco en Google y sí: ya se ha usado), pero es justo eso. En este caso no es solo miedo ante la crudeza del mundo: también ante el pastor.

Son, por lo demás, corderos que llevan dentro lobos cobardes: en cuanto el pastor flaquee, se lo comerán. Y con saña, porque con él se comerán (se tratarán de comer) su propia vergüenza. Las política española tiene algo de azteca, y todos nuestros partidos son en potencia un PRI. Lo que nunca entenderé es ese esfuerzo en un teatro que nadie se cree. Rajoy dice: "¡prietas las filas!", y todos se ponen como prietos, y se sienten prietos. Pero la verdad es que se les ve fofos.

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7.4.15

Después de la muerte de UPyD

El Domingo de Resurrección ha enterrado a UPyD en las encuestas. El partido es ahora como el protagonista de Buried y yace en un ataúd bajo toneladas de indiferencia electoral. Se le ha colado un vivo, en todos los sentidos, también el menos bueno, que es Ciudadanos. Pero la responsabilidad de estar así es de UPyD. La fosa se la ha abierto su propia cúpula a paletadas, entre las que cabe contabilizar también las inefables coces (por lo general en Twitter) de Gorriarán: un hombre que está dejando pequeños al padre Ubú, Ignatius Reilly y Homer Simpson, todos juntos.

Cuando, en el Consejo Político del partido, Rosa Díez habló de Dinamarca como país ideal para UPyD, no debió de ser muy consciente de las implicaciones. Aunque su subconsciente sin duda sí, y el subconsciente, como sabemos desde Freud, nunca se equivoca. Dinamarca, entre otras cosas, evoca a Hamlet, con su "algo huele a podrido en Dinamarca" (citado ya por columnistas) y el monólogo de "ser o no ser": que, más que de angustia existencial, habla de la conveniencia de suicidarse o no. Pero Hamlet habla del futuro, mientras que Díez parecía una historiadora de su propio partido: puesto que el suicidio de este ya se ha consumado. Teatralmente tenía su truculencia: era como si el monólogo lo estuviese dando la mismísima calavera de Yorick.

Jaime Gil de Biedma publicó estando vivo su libro Poemas póstumos. Uno de los poemas más conocidos (y celebrados) es "Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma", donde, dirigiéndose a su otro yo, el que ya ha muerto, le dice: "De los dos, eras tú quien mejor escribía". A mí, de UPyD y Ciudadanos, era UPyD el que más me gustaba. Estos cantos a su muerte no son alegres. Sí sarcásticos y rabiosos, pero no alegres. Al fin y al cabo, la cúpula de UPyD se ha cargado el partido que yo votaba. Lo construyeron ellos, sí, y si lo voté fue por ellos (y porque Savater lo fundó). Pero después se lo han cargado.

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2.4.15

Un benefactor puro

Cuando murió Juan Claudio Cifuentes, Cifu, me puse el disco de jazz que tenía más a mano, que resultó ser Bill Evans at Town Hall (1966), y con él he seguido estas dos semanas; embelesándome sobre todo con "I should care" y "Make someone happy". Y con el Cifu de fondo, y el beneficio del Cifu: pensando en que ha sido un benefactor puro. Ha pasado por la vida dejando solo bien: un bien público, al alcance de quien quisiera (de quien quisiera elevarse). Tiene mérito que piensen en uno y solo haya en ese pensamiento música de jazz y una voz y una imagen armosiosas con esa música: dignas de su pasión. Así Cifu.

Yo estoy entre quienes lo descubrieron un poco tarde, en la tele. Recuerdo la primera noche de Jazz entre amigos, de la segunda cadena de TVE. Fue en 1984, el año de una de las grandes decepciones de mi vida: la de la universidad española, por la que sigo teniendo un desprecio que ya no me va a curar nada. Yo venía de un excelente bachillerato (público), y si menciono esa decepción es porque solo otros aspectos de lo público la compensaban: como Jazz entre amigos y los programas culturales de la segunda cadena en general, y Radio 3 y Radio 2 (hoy Clásica). A quienes carecíamos de otros accesos, tener esas ventanas nos salvó.

En aquel primer programa Cifu empezó por donde había que empezar: explicando qué era el swing. Y su manera de hablar tenía algo de swing también. Había en los entendidos de jazz, que Cifu encarnaba a la perfección, una suerte de erudición tranquila, exhaustiva pero acogedora, que invitaba a entrar en la casa y no a salir huyendo, como ocurre con otro tipo de erudiciones. De alguna manera se parecían, se parecía, a mis mejores profesores del instituto: el de matemáticas, la de historia, los de literatura, los de filosofía, que hablaban de sus materias como Cifu hablaba de jazz, y hacian audible el swing de esas materias, que salía de la clase y se incorporaba a la vida.

No ha dejado de sorprenderme en la biografía de Cifu, en la que solo me he fijado tras su muerte, que su programa de radio Jazz porque sí lo tuvo en varias emisoras privadas antes de entrar en 1998 en RNE. Yo lo recuerdo siempre en la radio pública, quizá porque él representaba como pocos ese ideal. Mi seguimiento no era fiel, pero reconfortaba la idea de que él estuviera ahí para cuando hiciera falta. Para escuchar su voz, sus informaciones, su música y su despedida inolvidable, capaz de curar ella sola los insomnios: "Besos, abrazos, carantoñas y achuchones múltiples para todos".

En los archivos de RTVE siguen sus programas. Caballero me recomienda precisamente el que le dedicó a Bill Evans en 2010. Vaya para un Jueves Santo alternativo, un poco melancólico pero antipenitencial.

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