30.4.16

Esta tarde, 'Tulipanes y delirios'


Esta tarde presentamos en Málaga la segunda novela de Luis Sanz Irles, Tulipanes y delirios. La primera fue Una callada sombra. Magníficas las dos: excelente prosa, destreza narrativa, interesantes historias, experiencia vital y literaria aquilatando cada página... A Sanz Irles se le puede leer también en Twitter y, sobre todo, en su blog Lapsus calami, dedicado fundamentalmente a desmenuzar con gusto y conocimiento sus lecturas. ¡Grande el amigo Irles!

20.4.16

Zanjas

Estaba mirando el cielo en la foto que invita a mirarlo estos días, por la lluvia de estrellas, cuando la tierra pegó un tironazo: terremoto en Ecuador. Otra vez una catástrofe nos devuelve a nuestro sitio: entre los escombros y los astros. Arriba luces y abajo heridos y muertos. Motivos para deleitarse y motivos para sufrir. Después de todo, nuestro propio planeta es un escombro. Pero las estrellas también: escombros en llamas. Después de todo, aquí abajo se muere porque hay vida.

Es conocida la anécdota del primer filósofo, Tales de Mileto, que por ir mirando el cielo se cayó en una zanja. Para nuestro Eugenio Trías el origen del filosofar no estaba tanto en el asombro, como decía Aristóteles, como en el vértigo: un ‘ataque’ del abismo al que se intenta responder con la razón. Durante un terremoto hay vértigo no solo por los abismos abiertos, sino también por los que se van a abrir. Hay vértigo por la posibilidad de que en cualquier punto se abra un abismo. Y hay ‘vértigo’ también hacia arriba: hacia el techo que se puede desplomar y aplastarnos; el techo, que es el cielo de la casa.

Hace unos meses, en Málaga, un terremoto me sacó de una pesadilla. La cama se mecía, como por una madrastra violenta. Me quedé quieto instintivamente. Sabiendo que no podía hacer nada. Hubo unos segundos de resignación estoica, atentísimos. Casi me vi con aplomo de sabio. Aunque si se mantuvo fue porque la cosa no fue a más. Se paró y no ocurrió nada. De haber ocurrido, ese arranque de filosofía habría sido devorado por el animal con miedo. Supongo.

Y arriba las estrellas mirando. Sin vernos.

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En The Objective.

18.4.16

Política del corazón

Nuestra situación política ha estado a punto de cobrarse sus dos primeras víctimas mortales. Ante mis narices. El otro día dos señoras de barrio iban enfrascadas en una conversación que, cuando pasé a su altura, oí que era sobre si el presidente iba a ser Rajoy o Sánchez. Unos pasos más adelante había un semáforo en rojo para los peatones y paré. Pero las señoras no lo vieron y siguieron caminando, que si Iglesias, que si Rivera... Hubo cláxones, frenazos y se salvaron de milagro. Ellas ni se enteraron: habían llegado a la acera de enfrente concentradas en su discusión.

Al contárselo a un amigo, le dije que a ese tipo de señoras yo nunca las había oído hablar de política; que cuando cazaba sus conversaciones siempre eran sobre asuntos personales, familiares, domésticos, o sobre noticias del corazón. “Es que lo del nuevo gobierno es ya como una noticia del corazón”, me replicó mi amigo. Y es verdad. Quién va a entrar en Moncloa intriga ahora lo mismo que quién va a salir de la casa de Gran Hermano. Quizá lo más rápido –pienso ahora– sería encerrarlos a todos en esa casa, que conspiraran entre ellos, pero a la vista de la audiencia, y que esta decidiera al final. Democracia televisiva.

Lo más nuevo de la llamada nueva política no es que tengamos nuevos políticos, sino que todos, incluidos los viejos, se encuentran en una situación nueva: descolocados como concursantes. Descolocación que se traslada al público. Creo que en la calle crece la inquietud no tanto por motivos partidistas como psicológicos: al personal le desasosiega la irresolución; y, quizá, la idea de que no se está haciendo lo suficiente para zanjarla.

En los concursos, como en las competiciones deportivas o en las series, se aceptan las zozobras a cambio de que conduzcan a un desenlace. (Hablo del público en general, que es como el electorado en general: algunos espectadores y votantes asimilar mejor la incertidumbre). Tras una campaña electoral, lo que tranquiliza es saber quién ha ganado; y si no se ha ganado con mayoría absoluta, quién va a gobernar: se esté a favor o en contra, al menos uno sabe a qué atenerse. Los perdedores se sentirán menos felices, pero también menos ansiosos.

El culebrón del 20 de diciembre se está alargando demasiado. No sabemos quién se va a casar con quién, ni si habrá boda. La intriga no parece apuntar ya a un final, sino a otro comienzo de la intriga; cuyo final tampoco está garantizado. Es de esas veces en que no pasa nada, solo tiempo. Y eso es lo que pasa.

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En El Español.

17.4.16

Soria, defunción en funciones


Ilustración: Tomás Serrano

En política tener relación con un paraíso, si es fiscal, conduce al infierno. Así le ha ocurrido al ministro José Manuel Soria, ya exministro (y extodo) tras su dimisión en funciones. En realidad esto último, lo de que haya sido en funciones, le da al conjunto un carácter más bien de limbo: el Gobierno entero parece una prolongación fantasmal; la ausencia de Soria se va a notar poco entre tanto semiausente. Por otra parte se trata de un limbo en el que, como se está viendo, no falta vidilla. Todo lo que pase, eso sí, solo puede ser para mal. Definitivamente: lo que está siendo es un purgatorio.

Cuando Soria dio el salto a la política nacional (o peninsular), en el que se ha acabado estrellando, lo que llamaba la atención es que era un calco de Aznar. Solo que un Aznar mejor desarrollado, más alto y aún más vigoréxico; lo que suponía una promoción tácita de los plátanos de Canarias.

Mi teoría es que a Aznar le gustaba verse en el espejo de Soria, y así ganar de paso unos centimetrillos. De otro modo no se entiende que, cuando Soria se quitó su bigote para no parecerse a Aznar, Aznar se quitara el suyo para parecerse a Soria. Fue un marcaje al hombre que ha tenido un último estertor en esos flecos de Aznar con Hacienda (con el empujoncito de Montoro), como si el expresidente no quisiera dejar por completo de reflejarse en el exministro.

Otro parecido que a mí me parece palmario, aunque creo que nadie ha reparado en ello, es el de su manera de hablar con la manera de hablar de Jesulín de Ubrique. Y no es cuestión tanto de acento como de entonación y sintaxis; y de –como dicen los músicos– fraseo. A lo largo de la semana, cuando le oía a Soria las declaraciones en que se ha ido enredando más y más, como si se echara a sí mismo el lazo, pensaba que en cualquier momento se le iba a escapar un im-prezionante. Y así podría calificarse, en efecto, su tor-peza.

Pero junto a los papeles de Panamá ha aflorado algo más comprometido, más incluso que las empresas tapadera de Jersey: las imágenes del carnaval de Las Palmas de cuando Soria era alcalde. Resulta sintomático el personaje elegido para su disfraz. El nombre de José Manuel y la primera sílaba de su apellido lo inclinaban impepinablemente a José Manuel Soto; sin embargo, decidió disfrazarse de Elvis Presley. Como buen político, quería lo mejor. Para él. Nada de medias tintas: ¡el Rey!

Podría aprovechar ahora para disfrazarse otra vez, si no para cantar el rock de la cárcel, sí el rock de su casa. O el de su defunción política.

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En El Español.

10.4.16

La frivolidad de Almodóvar


Ilustración: Tomás Serrano

Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer (¡según el dicho de los machistas y los pescaderos!) y detrás de Pedro Almodóvar hay un gran hermano, Agustín Almodóvar, que sale en las películas de Almodóvar como Hitchcock salía en las de Hitchcock. Ahora ha salido también a decir que lo de Panamá era cosa suya, o de sus asesores, y que Pedro no sabía nada. Ha situado a su hermano, pues, en el papel de infanta. Con lo que casi se podría hacer ya otra película de Almodóvar... Me recuerda a lo que declaró Falete cuando su exnovio fingió un secuestro: “Me empiezan a pasar las tragedias que canto en mis canciones”.

El affaire de Panamá ha tenido, sin embargo, un efecto bonito. Almodóvar debió cambiarle el título a su película, Silencio, para que no coincidiera con el de la nueva de Scorsese. Le puso Julieta, y al final se ha visto obligado a hacer algo que no había hecho nunca: guardar silencio durante la promoción; como si el título inicial presionase. Almodóvar pretende evitar así que se hable de playas aproximadamente caribeñas en vez de cine. Por esta ausencia resaltan lo que fueron siempre los estrenos y ruedas de prensa de Almodóvar, esa particular mezcla de Hollywood y Cannes, con toques castizos, que nos dábamos en los tiempos felices.

Yo soy almodovariano y todas sus películas me han gustado (en grados distintos) menos tres, que me parecen malísimas; otras tres las considero obras maestras. Julieta aún no la he visto, pero la crítica de Boyero me da esperanzas: cabe la posibilidad de que me entusiasme. Aunque de Boyero no se puede uno fiar: de Almodóvar pone mal hasta las películas malas.

El problema de Almodóvar ha sido, y sigue siendo, su error de autopercepción. Él piensa que de joven fue un frívolo y que de maduro ha tomado conciencia y por eso se compromete políticamente. Ocurre lo contrario: es su compromiso actual, ramplón y de cantautor, el frívolo. Antes en cambio, en la gloriosa movida, fue un benefactor que nos trajo aire fresco, risas, colorido y ligereza. Justo lo que los españoles necesitábamos para sacudirnos el franquismo. El propio Almodóvar dijo que rodó sus primeras películas “como si Franco no hubiera existido”. Aún hoy sigue siendo la mayor putada que se le ha hecho. El dictador se murió en la cama, pero luego montamos una orgía en la colcha, pasando de su cadáver.

Ahora el muerto está otra vez encima de la mesa; por la fijación que se han fabricado, para tener algo, los neoantifranquistas del “se acabó la diversión”. El que Almodóvar se encuentre hoy entre ellos, como un Ismael Serrano más, hace pensar que sí que la cosa debía de estar atada y bien atada, puesto que ha terminado atando hasta al que más la desató...

De todas formas, como me recuerda (¡a tiempo!) mi amigo Julio Tovar, Almodóvar es un artista. Valga lo anterior para la vida, siempre defectuosa. Queda el arte, incluido el de las películas en que aparece Agustín Almodóvar. Ojalá me guste Julieta.

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En El Español.

3.4.16

Bódalo, abertzale andalú


Ilustración: Tomás Serrano

Con Andrés Bódalo, el ya mítico (¡en solo tres días!) concejal jiennense de Podemos, me encuentro con un auténtico problema juanramoniano. Es conocida la exclamación de Juan Ramón Jiménez ante el poema perfecto: “¡No le toques ya más, que así es la rosa!”. Yo, al tener que escribir sobre Bódalo, estoy ante la tarea de hacer una caricatura verbal de quien es una caricatura perfecta. Tengo que tocarlo sabiendo que es un error tocarlo, porque corro el riesgo de caer en el matiz. Bódalo es un diamante en bruto al que el menor tallado empeorará inevitablemente, porque su valor está en lo de bruto.

Quizá en vez de a la cárcel tendrían que haberlo mandado a Atapuerca, a que lo estudiase Arsuaga. Aunque este está habituado a ocuparse de huesos, no de barrigones y mofletes. Desde la misma Andalucía alucino con esta emanación antropológica. No es la pobreza la causante, sino esa fábrica de tribus retrógradas que es la ideología. La ideología y no la pobreza –aunque sí la incultura– es la que lo ha hecho un aborigen zopenco. Una mula obnubilada con, en palabras de Nieto Jurado, “la dialéctica del puño y la uniceja”.

La estrellita de la boina es chica como sus luces. Parece un tercer ojo, u ojito, diseñado para que los otros dos no vean. O para que vean con la obcecación del Che, al que Savater llamó memorablemente el Rambo de la izquierda. Bódalo y sus camaradas del SAT, Cañamero y Gordillo, tienen su modelo de negocio en escenificar la Andalucía del atraso, regodeándose en ella y haciendo todo lo posible por atrasarla más. Aunque su atrezzo abertzale a la andaluza es, en su ridiculez, la puesta en evidencia más demoledora contra los nacionalismos aparentemente serios. Porque su sustento es el mismo; o sea, ninguno: una excusa hueca para hacer el mamarracho.

Ahora en prisión soñará, alentado por la Clinton de Cádiz, que con él se ha cometido una injusticia franquista, como con Miguel Hernández. Da igual que, a diferencia del poeta de Orihuela, Bódalo aproveche para seguir engordando, y no precisamente a base de cebolla. Y da igual que su condena sea por un delito en una democracia, y que vaya a salir vivo y borriqueando. Pese a su aspecto de Marianico el Corto, es lo que es: un pijo que vive en su mundillo de Snoopy revolucionata.

Hablando de Marianico, en este ambiente de poetas y rimas, Bódalo es una especie de Algarrobico humano que fue a estropear el paisaje de Jódar, uno de los vértices de ese triángulo de las bermudas nominal que un amigo mío gay celebraba con mucha gracia: el formado por Jódar, Guarromán y –sobre todo, decía él– Porcuna. En verdad, ahora que lo pienso, la rosa habría quedado mejorada si el lugar hubiese sido alguno de los otros dos.

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En El Español.